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El insolidario

Tres lecturas de Bram Stoker

Archivado en: Cuaderno de lecturas, cobre "Drácula", "La madriguera del gusano blanco" y "La dama del sudario"

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                   Decididamente, Bram Stoker no cuenta entre mis favoritos de la literatura consagrada al miedo. Como ya sabrán los lectores de estos apuntes, ésos son el gran Joseph Sheridan Le Fanu -del que Stoker fue un claro discípulo, por no decir imitador- y El outsider de Providence, El extraño cautivo de Rhode Island, que es como también llamamos a Lovecraft quienes descubrimos el encanto del horror en sus cuentos.

                   Stoker es uno de los escritores más sobrevalorados de toda la historia de la literatura. Máxime si se considera que ese vampiro, cuya paternidad suele atribuírsele, es un invento del cine, de tres grandes cineastas: W. F. Murnau, Tod Browning y Terence Fisher. Como vengo sosteniendo desde el estudio que dediqué en al cine de terror de la Universal (T&B Editores, Madrid 2004 y 2006), el Drácula de Stoker no es un dandi y se pasea a las doce del mediodía por Piccadilly. La elegancia del no muerto fue una aportación de Browning, así como la fotofobia lo había sido antes de Murnau.

                   En lo que a la literatura se refiere, también hay antecedentes. Sin ir más lejos está El vampiro (1819), que John Polidori alumbró en junio de 1816, en el glorioso verano de Villa Diodati. Sí señor, en el mismo duelo de ingenio en que Mary Shelley concibió Frankenstein o el moderno Prometeo (1818).

                   Pero también quedó escrito en aquella experiencia suiza de tan insignes ingleses que Polidori, el atormentado médico de lord Byron, fuese uno de los grandes malditos de la historia de la literatura. El resto fue la fortuna, que siempre es ciega, y una crítica superficial -a la que se aferran como a un dogma de fe millones de lectores- que atribuyó un cúmulo de tradiciones centro europeas, relatos anteriores y hallazgos del cine al bueno de Bram Stoker.

                   Dicho esto, no quiero acabar esta breve introducción sin dejar constancia de la admiración que sí me inspiran dos relatos de este autor. El entierro de las ratas (1895) -sobre la muerte que estos roedores dispensan a quienes se pierden entre los intrincados laberintos del almacén de unos traperos bonapartistas- y La casa del juez (1914) -sobre un perverso magistrado convertido en una rata de la casa que habitó en vida para tormento de su nuevo inquilino-.

                   Lo que sigue, como es mi costumbre en estos asientos, son las notas -con las adecuaciones pertinentes- que tomé tras la lectura de tres novelas de Stoker.

Drácula (leído en agosto del 99)

                   Lo primero que choca en la lectura de Drácula (1897) es lo alejadas que están todas las versiones cinematográficas del original. De ahí que la única que le es estrictamente fiel, la de Coppola del 92, se titule Drácula, de Bram Stoker. A excepción de los fragmentos dedicados a contar los asaltos de Lucy a los niños, que el realizador omite, y el final, que cambia -aquí el conde muere y Mina deja de estar estigmatizada por él- la adaptación de Coppola se atiene estrictamente al original.

                   Narrada mediante los diarios, grabaciones magnetofónicas, cartas y algún que otro documento de sus protagonistas, ésta es la historia de Johnathan Harker. Enviado, como es sabido, por la firma que lo emplea a Transilvania, para cerrar la compra de unas casas en Londres por parte de Drácula, será retenido por éste en su castillo. En la siniestra fortaleza, amén de por el conde, la sangre le será chupada por unas atractivas no muertas.

                   Entretanto, en Londres, Lucy Westenra, una amiga de Mina, la prometida de Johnathan, comienza a ser presa de unos extraños sueños que le llevan al sonambulismo. En esos sueños es poseída y estigmatizada por el conde. Dado el deplorable estado de salud en que dejan a Mina sus experiencias oníricas, los tres admiradores de la joven -el norteamericano Quincey Morris, el doctor Seward y lord Godalming, quien acabará desposándola-, personajes que al igual que el de Lucy suelen suprimirse en las versiones cinematográficas, comienzan a preocuparse. Será Seward -a cuyo cargo está el manicomio en el que Renfield espera la llegada del maestro, comiendo moscas y arañas por las vidas que estos insectos, dada su dieta, encierran- quien requerirá la ayuda de su antiguo profesor: el doctor Van Helsing.

                   Mucho menos extravagante de lo que nos lo presenta Coppola, Van Helsing, tras comprobar que de nada sirve la sangre que él y los tres jóvenes donan a Lucy, dictaminará que la bella es presa de un no muerto y pondrá en marcha todo el aparato habitual para acabar con Nosferatu.

                   Decapitada y empalada Lucy, tal y como manda la tradición, Drácula intentará poseer a Mina. Cuando sus paladines -cuya caballerescas formas puede llegar a resultar cargantes en esta supuesta obra maestra- intentan purificarla, la hostia con que uncirán su frente dejará una marca en su piel.

                   Infatigables en la lucha contra el monstruo, los cinco hombres privaran al conde de todos los ataúdes con la tierra que le es familiar, que tiene diseminados por distintos puntos estratégicos de Londres y, tras perseguirle hasta Transilvania, allí le darán muerte como manda la tradición.

La madriguera del gusano blanco (leído en abril de 2001)

                   Reclamado por su anciano y acaudalado tío, el viejo Stalton, de quien es el único pariente vivo, Adam -el joven australiano que protagoniza esta novela- viaja hasta el Reino Unido para comenzar a familiarizarse allí con las que serán sus posesiones. Éstas se encuentran en uno de los lugares más antiguos y misteriosos de las islas, donde tanto los druidas celtas como los romanos, guiados por los misteriosos poderes del solar, han celebrado sus ancestrales ritos. De ahí que el lugar esté totalmente horadado por grutas seculares.

                   Entre todos los misterios de la zona destaca el Castro Regis, cuyo propietario, el señor Caswall, es una de las tres encarnaciones del mal -la segunda puede decirse- de esta narración. Siguiendo con ese símil del podio de la maldad, éste estaría presidido por lady Arabella, señora de La Arboleda de Diana, propiedad de la que, según se rumorea, es dueña gracias a ciertas artes del sigilo.

                   Por último, el tercero y más despreciado por el autor del triunvirato de la maldad que aquí se nos propone es Uranga. Se trata de un hechicero africano al que Caswall trae junto a él. Porque el propietario del castro Regis acaba de regresar de África cuando comienza la narración -de Uganda, creo recordar-, adonde le ha llevado su colección de armas siniestras.

                   Bien es cierto que en 1911, el año de la aparición del texto, lo normal era el odio racial. Pero el racismo de Stoker es más exacerbado que el de Kipling. Más incluso del que habría de verse al cabo de los años en Céline y algunos colaboracionistas franceses. De hecho, fue lo que más me ha llamó la atención de esta novela, iniciada con un interés que va decayendo a media que avanza el texto y se van viendo defraudadas sus posibilidades.

                   Añorante de las costumbres segregacionistas del sur estadounidense, en el momento en que nos muestra la confraternidad de los tres sacerdotes del mal en pos de una de sus conjuras, el autor dará rienda suelta a sus convicciones sobre la discriminación cuando Ulanga -quien desde que la ve por primera vez reconoce en lady Arabella el estigma de la maldad, al igual que las mangostas de Adam presienten en ella a la serpiente que es- expresa el amor que ella le inspira a la señora de La Arboleda de Diana. De modo que casi se antoja una cuestión de justicia cuando el hechicero africano es devorado por el gusano blanco en una salida de su madriguera.

                   Aunque las incursiones de la bestia por el lugar se nos cuentan de forma inteligente -siempre son vistas por algunos personajes desde lejos-, son demasiadas las historias sin terminar de desarrollar que presenta un texto escrito, al parecer, bajo los efectos de algunas sustancias estupefacientes. Son tantas que, en un alarde de valentía editorial, incluso se alude a ellas en la solapa. Sólo llamaré la atención sobre un par de estas historias colaterales inconclusas: la referida las cometas de Caswall y la extraña reacción que éstas provocan en los pájaros -dejan de verse- y el amor de Adam por su heroína, emparentada más o menos consanguíneamente con una asiática. De esto se deduce que Stoker sólo odia a los negros. De que lady Arabella también sea el gusano -en el que resuena la serpiente bíblica que tentó a Eva- que el autor también era un retrógrado que criminaliza a las mujeres. Coincide pues con todas las religiones del planeta.

                   Por fin, estando su amada bajo la maléfica influencia de Lady Arabella, Adam -nombre que viene a incidir en las resonancias bíblicas-resuelve que lo mejor será volar todos los subterráneos que unen La arboleda de Diana con el Castro Regis, acabando de una vez por todas con el gusano y con las sombrías grutas en las que mora.

                   Cabe por último reparar en la buena voluntad de Ken Rusell al suprimir el personaje de Ulanga de su adaptación de esta novela.

La dama del sudario (leída en marzo de 2002)

                   Hago especial hincapié en que este tostón es una novela de aventuras aparecida en 1909. El terror que se desprende de su título y de la lectura de su contraportada queda reducido a los fragmentos en que Teuta, la mujer en cuestión, se le aparece a Ruper Sent Leger, el protagonista. El resto es un coñazo de 511 páginas que ha venido a confirmarme lo que incluso apuntan sus biógrafos: Stoker es un escritor pésimo. Tal vez fuera porque su actividad como representante de un actor le impidió dedicar a su obra el tiempo necesario. Lo cierto es que, junto a Horace Walpole, es uno de los grandes falsos mitos de mi amada literatura consagrada al miedo.

                   Después de emplear más de 100 páginas en contarnos cómo Rupert se hace cargo de una herencia y cómo le odia la parte rica de su familia -utilizando en muchos casos para ello trascripción exacta de los documentos notariales-, nos lo lleva al País de las Montañas Azules, ficticio lugar de los Balcanes en guerra secular contra el turco en el que parece latir el Byron que murió luchando por la libertad de Grecia.

                   El gallardo inglés de Stoker, con un pasado aventurero a sus espaldas, se instala en un remoto reino obedeciendo a una indicación expresa del tío que le deja su fortuna y una fortaleza en aquellas tierras. Siendo el deseo de su benefactor que Rupert se interese por la independencia del país, en guerra más o menos abierta contra el turco, éste no tarda en hacerlo. Pese a que todos los montañeses azules van con el cuchillo y el saludo nacional consiste en levantar dicha arma, carecen de un verdadero ejército, con lo que Rupert se ofrece a financiarlo.

                   Paralelamente, una misteriosa dama cubierta con un sudario, mojada y aterida por el frío de las aguas del mar, comienza a visitarle por las noches. El amor no tarda en surgir entre ellos. A tenor del tétrico ambiente que rodea las apariciones, Rupert cree que la dama es un vampiro. Aun así, no duda en casarse con ella en una ceremonia celebrada en una cripta.

                   Lejos de ser un súcubo, Teuta, la dama, es la princesa del país que se ha hecho pasar por un vampiro por conveniencias para la independencia de las Montañas Azules. Ya casados, tras liberar a su suegro y hundir un barco turco, Rupert será nombrado rey del país. Para ello, el autor vuelve a dilatar la narración en fragmentos inacabables de las reuniones de los hombres de estado. El resto es un recorrido por los tópicos concernientes al héroe, que tanto parecen interesar a Stoker, entre los que abundan estupideces como la conversión del sudario en el traje de ceremonia de Teuta.

Publicado el 24 de noviembre de 2012 a las 13:00.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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